Extiendo mis dedos. Vuelo con ellos. Cierro las manos. Me golpeo levemente las sienes. Y, entonces, parecen abrirse las murallas. Despacio, muy despacio se levanta un telón cargado de tiempo, que muestra un paisaje desolado, pero que esboza una leve sonrisa. Como la de aquel que piensa en lo larga que ha resultado la vida, un segundo antes de morir fusilado.
domingo, 31 de julio de 2011
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