miércoles, 12 de agosto de 2009

El jugador

Hacia el mediodía de ayer, un hombre de mediana edad, incomodamente pulcro, con camisa a rayas, corbata y traje algo desteñido por el uso, y con el pelo recién mojado en los lavabos cercanos de la plaza, se había colocado de manera estratégica al final de una de la principales calles de la ciudad. Con exagerados buenos modales solicitaba una ayuda a todos los conductores que paraban sus coches cuando la luz del semáforo se ponía en rojo. Desconozco si era o no un resultado habitual en su vida, pero, en aquel momento, le respondían con diversas formas de negación, uno tras otro. Me pareció descubrirle una leve expresión de sorpresa cuando se encontró ante un modelo despampanante de automóvil (no revelaré su marca), nuevo, brillante, de esos que intentan comercializar estúpidamente con mujeres semidesnudas para hacerlo "más deseable". Tampoco podría asegurar si quien conducía era hombre o mujer. Superada la impresión inicial, pareció aproximarse con algo de ansiedad, excitación, como el jugador que cree que esta vez posee la combinación ganadora, pues imagino que era consciente de que le quedaban unos pocos segundos para consumar su acción. El conductor o la conductora debió de hacerle un gesto negativo, antes de que él le pidiera algo. El hombre se quedó mirando a la ventanilla durante unos segundos, perdido, y rápidamente se bajó los pantalones hasta los pies. Así permaneció otro leve lapso de tiempo, con el cuerpo desnudo de cintura para abajo, en silencio, delante de aquel objeto maravilloso y su ocupante. Entonces el semáforo cambió y todos se pusieron en marcha, excepto aquel hombre que no dejaba de mirar cómo se perdía entre los otros el vehículo elegido. Recuerdo que alguien le gritó: ¡gamberro! ¡golfo! Se quedó unos segundos inmóvil y, como si despertara de un sueño, se volvió a subir los pantalones con la misma naturalidad con la que se los había bajado. Escarbó en sus bolsillos y encontró una pipa de girasol. Le fue quitando la cáscara con sus oscuros dientes, mientras esperaba a que el semáforo volviera, supongo, a su deseado color rojo.

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