jueves, 8 de febrero de 2024

«Rafael Arozarena y 'el comodín Fetasa'», por Roberto García de Mesa


 

La gente cree que «Fetasa» proviene del título de la novela de Isaac de Vega, pero no es así, el nombre del grupo se creó mucho antes, se me ocurrió a mí. Nos solíamos reunir desde las dos de la tarde hasta las dos de la mañana todos los días, con vasos de vino... Eran unas reuniones preciosas. Llegábamos a unas alturas filosóficas muy especiales. Un día, mientras tratábamos de ligar el pensamiento de Pitágoras con el de Kierkegaard, llegó un momento en el que, como en toda filosofía, nos trabamos, llegamos a la cúspide (Dios) y no podíamos seguir. Así que dije: «¿Y por qué no? Después de esto está Fetasa». Verdaderamente, ni yo mismo sabía lo que era. [...] Lo expuse como una abstracción, como si se tratara de agarrar algo inasible. Se quedaron con la idea. Cuando llegáramos a un punto culminante tendríamos el comodín «Fetasa». Esto quiere decir que hay conceptos que no alcanzamos, a los que les damos una talla superior. Un ejemplo es la idea de Dios. Fetasa representa a un dios superior a Dios, una especie de padre de Dios. Partiendo de este concepto amplio te das cuenta  de que al descender puedes observar mejor los defectos. 

Rafael Arozarena

 

            Este fragmento pertenece a la página 60 del libro Conversaciones con Rafael Arozarena. Sería publicado en 2004 por la Editorial Benchomo, tras un proceso de trabajo que duraría unos cinco años. A propósito de lo que Rafael dice en el citado fragmento, nadie (ni siquiera él mismo) supo aclararme el origen de la palabra «Fetasa». Desde entonces, este pasaje llamaría mi atención, todavía lo sigue haciendo, ya que, en apariencia, aquí nos apartábamos de otros temas más convencionalmente considerados como literarios, aunque no del todo, por supuesto. Supongo que, en aquel momento, Rafael necesitaría una idea, una palabra sin aparente etimología, sin un origen premeditado o ideologizado, sin un origen racional para hablar de algo todavía más misterioso. 

Arozarena se sentía muy cómodo con las invenciones más irracionales, pude comprobarlo en diversas ocasiones, aunque, también, y con matices, se dejara seducir por las ciencias naturales. Que, precisamente, sus percepciones de la naturaleza y del mundo de los sueños le propiciaran nuevos retos para maniobrar por donde su intuición poética quisiera, sin límites, era lo que verdaderamente le interesaba de todo ello. Y no tenía miedo a ir muy lejos en la escritura porque sabía, como le llegaría a decir uno de sus maestros, Agustín Espinosa, el autor de Crimen, (la novela surrealista escrita en España en los años 30 de la pasada centuria, algunos consideran este texto dentro de la tradición del poema en prosa), que «Por mucho que te propongas, no puedes escribir un disparate porque todo está encadenado, siempre será realizado por un cerebro humano y es lógico» (pág. 42). Esta idea, que Rafael conservó durante toda su vida, se convertiría en una especie de salvavidas intelectual. Y se lo diría uno de los escritores malditos del siglo XX. Espinosa había llegado muy lejos en la creación literaria en poco tiempo, entre los años 20 y 30. El golpe de Estado de los fascistas, la guerra civil, así como su pronta muerte en 1939, truncarían sus sueños. Por su parte, Rafael Arozarena (1923-2009) pudo disfrutar de una larga vida, con tiempo para experimentar, sobre todo, con el surrealismo, para dotarlo de otra encarnadura, crear un estilo (junto a sus amigos Isaac de Vega, José Antonio Padrón y Antonio Bermejo) y llamarlo fetasiano. Por ello, lo pensaba entonces y ahora también lo sigo haciendo, probablemente lo que más apreciaba Rafael, ya de su propia obra, recaía en dos espacios fundamentales: su producción poética y su novela (o su gran poema) Cerveza de grano rojo. Entre esos dos lugares tenía su auténtico reducto de libertad de pensamiento, su búsqueda más arriesgada, sus puntos de referencia, sus otras vidas, sus visiones, su contacto con otros mundos, sus herramientas para la reflexión, para la seducción, para cultivar la seriedad o la ironía, para vivir miles de muertes y resurrecciones de sí mismo con la imaginación.

«El comodín Fetasa» le serviría, entre otras muchas cosas, para observar la realidad desde cualquier ángulo, sin los prejuicios que generan los fundamentalismos religiosos y políticos. Rafael no se enredaría demasiado en esas cosas, huiría de las explicaciones comunes y trataría siempre de darle la vuelta a las mismas inventando nuevos puntos de vista, alimentando, con ello, su bien más preciado: la imaginación. Ello no sería un obstáculo para llegar a comprometerse socialmente, por ejemplo, con la protección de la naturaleza de las Islas Canarias, y posicionarse contra la salvaje especulación urbanística que tanto ha cambiado la geografía del archipiélago. 

Rafael Arozarena lucharía toda su vida por defender su libertad de pensamiento y cultivar el misterio en la literatura. Su obra así lo demuestra. Y se sustentaría, en gran medida, en intuiciones poéticas no estrictamente cercadas por la razón. En este sentido, «el comodín Fetasa» le serviría para ser libre, para crear sin prejuicios, para superar las dificultades de la vida e, incluso, para enfrentarse al miedo a la muerte.